Al volver en mi, no había ni rastro de la dantesca escena que había soñado, o vivido. Estaba confundida y desorientada.
Habían pasado treinta años y como quince atrás me despertaba al lado del cerdo que a mi lado se revolcaba entre las sabanas y estiércol.
Como cada mañana, comencé a preparar el café. Mientras llegaban a mi mente los primeros avisos, que enamorada y cegada de amor no quise ver. Hasta que fue demasiado tarde. Primero un cachete cariñoso, después algunos insultos y vejaciones, tanto en público como al abrigo del dulce hogar. Pero una mujer debe aguantar, pues sino estará sola y desamparada en el mundo. Pensé yo. Otros días volvía totalmente borracho y hecho una furia. Aliviaba sus frustraciones en mis costillas con una silla, en la que jamas pude volver a sentarme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario