2011-06-25

Confieso 3ª parte. Final

             Pensaba que la culpa era mia, por que había hecho algo mal. A medida que las caricias se sucedian, dejé de salir a la calle y, cuando lo hacía procuraba ir totalmente tapada, no fuera que algún@ vecin@, descubriera nuestro pequeño secreto. Como él lo llamaba. Pasado el tiempo perdí más de veinte kilos, volviendome irreconocible. Lo contrario que él, pués su fama de hombre respetado y poderoso crecía sin tener fín aparente.
             Una mañana después de una brutal paliza, con un brazo roto, el ojo morado y varias costillas rotas... decidí lo inevitable. Cogí el cuchillo de la cocina y después de haberlo afilado concienzudamente me acerque sigilosamente al lecho. Poco a poco, una sensación que creía dormida, despertó en mí. Dándome las fuerzas necesarias para dejar paso al ser en que me habían convertido. 

           Los nubarrones de aquella noche fueron desapereciendo dando paso a unos recuerdos que con nitidez, afloraban convirtiendose en imagenes reales. Allá estaba el hombre que me recogio aquella aciaga fecha. El mismo que se convertiría años después en mi marido (hasta que la muerte nos separe). Los cuatro cuerpos yacían llenos de sangre y entre yo medio inconsciente. Él se apresuraba a limpiarlo todo. Por eso cuando me desperté, pensé que había sido solo una pesadilla. Mi rabia aumentaba a cada paso que daba en dirección a su charca. Estaba preparada para la matanza. Ya no le tenía miedo, ya no me sentía inferior, ya no tenía que reunir fuerzas para decirle que no me pegara. La legitimidad de todas las mujeres maltratadas era lo que me impulsaba a clavar el cuchillo cada vez más hondo, con más violencia. A medida que la abundante sangre manaba de sus heridas mortales. Mi pesadilla se desvanecía, como el humo de un cigarro al contacto con el aire.   
           
           Veinte años más tarde. 
           



Hospital Psiquiátrico.

Virgen de los Dolores. 

Informe de la paciente nº 7585758.

La paciente se encuentra sin cambio alguno. Sigue sin relaccionarse y se niega a salir de su celda. Repite constantemente: se lo merecía, se lo merecía, se lo merecíaaaaaa.

FDO: Dra. Dolores Lola

2011-06-24

Confieso 2ª parte

             Uno por uno, fueron dejando su rastro en cada poro de mi piel. A medida que sus caricias se sucedían, algo despertó en mi interior. Una furia irrefrenable se fue apoderando de mi voluntad encendiendo una llama que ya no se apagaría. Con los ojos inyectados en sangre y la fuerza empapada en rabia, perdí el conocimiento. O eso creí. Al volver en si, me encontré la habitación llena de sangre y mis ropas raídas y e impregnadas de ese liquido viscoso. A los pocos segundos de despertar y percatarme de la gravedad de la situación.  Vi postrados en tierra, cuatro cuerpos inertes que yacían a mis pies. Un golpe seco en la nuca me devolvió a la inconsciencia.
            Al volver en mi, no había ni rastro de la dantesca escena que había soñado, o vivido. Estaba confundida y desorientada.
            Habían pasado treinta años y como quince atrás me despertaba al lado del cerdo que a mi lado se revolcaba entre las sabanas y estiércol.
            Como cada mañana, comencé a preparar el café. Mientras llegaban a mi mente los primeros avisos, que enamorada y cegada de amor no quise ver. Hasta que fue demasiado tarde. Primero un cachete cariñoso, después algunos insultos y vejaciones, tanto en público como al abrigo del dulce hogar. Pero una mujer debe aguantar, pues sino estará sola y desamparada en el mundo. Pensé yo.  Otros días volvía totalmente borracho y hecho una furia. Aliviaba sus frustraciones en mis costillas con una silla, en la que jamas pude volver a sentarme.

2011-06-23

Confieso 1º parte.

             Desde muy pequeña, me enseñaste a obedecerte, servirte, sonreirte y no contradecirte. Incluso si alguna vez querías algo más, a satisfacer tus necesidades sin una lágrima en mi rostro.
             Mama nunca decía nada, bastante tenía con saber donde se encontraba. Había días que me caía de cansancio esperando su vuelta. Para cuando me despertaba , solo la tristeza y la oscuridad eran mi compañía.
Con el tiempo, olvide que un día tuve una madre.
             Fui acostumbrándome a mi destino como un autómata. Procedía a satisfacer los deseos de aquellas bestias. Cuando no podía respirar, se inventaban un nuevo juego (así llamaban a los abusos a los que me sometían). Simplemente me decían que habían pagado mucho dinero, para que una niña caprichosa y llorona acabara con su diversión. 
             Así como si nada... ya no me pertenecía. Era una mercancía en un mercado en el que ganaba quien más pujaba.
             Todavía recuerdo aquella noche. La lluvia con su golpeteo incesante me recordaba que estaba viva en cuerpo, no en alma.
             Un portazo me saco de golpe del reparador sueño que tanta falta me hacía. Cuando sin previo aviso cuatro siluetas me devolvieron a la rutina.